sábado, 21 de febrero de 2009

LA GENERACIÓN SIN ARMARIO

Xeca 2007 (acrílico)

Es una parte del reportage publicado por Luz Sánchez Mellado en el Semanal de EL PAIS el 08/02/09. Se puede leer íntegro en EL PAIS.COM


Son los primeros que no se esconden. Han crecido con referentes y derechos. Salen del armario cada vez más, cada vez antes. Los nuevos gays y lesbianas viven como sienten. No es fácil. Sufren. Pero prefieren plantarle cara al mundo que perderse su juventud.

Es posible que los peces gordos de Telecinco no se hayan enterado. Pero Macarena, Maca, Fernández, pediatra de Hospital Central, la teleserie decana de la casa, es un icono para ciertas chicas españolas. Maca es guapa. Competente. Carismática. Y lesbiana. Rocío Fernández no se pierde un capítulo.
"Gracias a la historia de amor entre Maca y Esther vi que es posible amar a otras mujeres, casarse, ser madre con otra, tener éxito y respeto social. Que esto es natural y bonito, que no eres un bicho raro ni tienes que sufrir por ello. Maca me ayudó a salir de mi propio armario, el de mi familia y el del mundo".
Rocío tiene 21 años, estudia Ingeniería de Obras Públicas y es lesbiana. No lo va pregonando. Tampoco lo oculta. Vive como siente, punto.
. El cuarentón Marlaska no tuvo esa suerte.
Su señoría lo confesaba ante los chavales de un instituto madrileño. "Tuve clara mi orientación sexual desde muy joven, pero perdí 25 años de mi vida afectiva por la ley del silencio. Hasta los 35 años no lo reconocí ante el mundo". Marlaska y muchos de sus coetáneos han pasado su juventud apolillándose en el ropero. Entre otras cosas porque hasta los ochenta no se derogó la Ley de Peligrosidad Social, que consideraba delincuentes a los homosexuales. Algunos, habituados a una confortable reclusión privada o reprimidos por la intolerancia social, han elegido quedarse a vivir dentro. La generación de Rocío no está dispuesta a perderse nada.
Criados en la cultura de la inmediatez, acostumbrados desde bebés a pedir y que se les conceda, los nuevos gays y lesbianas no conciben esperar para empezar a vivir como son. Sin alardes, sin complejos. Por eso cada vez son más los que deciden contarlo en casa en cuanto ellos mismos lo tienen claro. Cuando se produce su despertar sexual. Cuando se enamoran. Cuando se lo pide el cuerpo. Aunque sufran. Aunque duela. A ellos y a los suyos. Una vez que descerrajan el armario de casa, el resto es más sencillo de franquear. El problema pasa a ser de los demás. De quien no les acepta. Pagado el peaje de la confesión de su diferencia, suelen ponerse el mundo por montera.
Nadie dijo que fuera fácil. Ni gratis
.
"Maricón' es la palabra más usada en el instituto, vale para todo", confirma Álex Quesada, de 21 años, estudiante de Comunicación. "Yo sufrí acoso. No concretamente por gay, sino por ser el pringao, el débil, y encima delicado. Me machacaban. A los 13 años me atraían los chicos, pero también algunas chicas. Estaba en pleno desarrollo de mi sexualidad. Lo que más teme un adolescente es el rechazo, quedarse aislado, y yo estaba cagado". Quesada pasó años "emparanoiado". Ya no tiene miedo.
"En casa me pillaron mirando páginas de tíos en Internet. La reacción de mis padres fue negarlo, aplazar el conflicto: 'Es una etapa, ya se te pasará', dijeron. Pero no se me pasó". Así que a los 16 años se plantó delante de sus progenitores -profesionales liberales- y les soltó: "Esto no es una etapa ni quiero que lo sea. Yo soy así, esto es lo que hay". Tras esa fachada de seguridad, Álex temblaba. "El miedo al rechazo depende de lo que te importe la persona. Y no lo hubo. Sospecho que mi madre lo sabía. Ellas lo saben. Y que a mi padre no le hizo ni puta gracia. Les costó asumirlo, supongo que es normal, son generaciones distintas. Nadie les preparó para tener un hijo homosexual".
Marta Gómez no ha estado un minuto dentro. Ni siquiera el mes que duró lo que esta estudiante de Comunicación de 22 años llama su "lucha interna". "En el instituto empecé a fijarme en chicas", relata. "Vi que las personas que me atraían eran de mi sexo. Para mí no fue una opción consciente. Soy así. Pero la sociedad te empuja a ser heterosexual. Tú eres la primera que lo consideras raro. Primero te planteas que cómo vas a ser lesbiana; como mucho, bisexual. Hasta que lo vas asumiendo, aceptando, y entonces viene otro problema: decírselo a los tuyos".
La madre de Marta no se desmayó cuando su hija de 14 años le confesó sus sentimientos.
"La sorpresa de los allegados es gradual y se supera", dice Mariano, su padre, un consultor de 50 años. "Somos una familia unida que acepta a la gente como es".
-Disculpen que se lo diga, pero parecen ustedes unos padres de anuncio.
-Soy consciente de que nuestro caso puede no ser mayoritario. Mentiría si dijera que no tenemos cierta inquietud: esto no lo acepta todo el mundo. Somos católicos, y la manifestación de los obispos contra el matrimonio gay nos ofendió profundamente.
Marta conoce su suerte. "Mi pareja está aún en proceso de contárselo a sus padres". Ella no se esconde, pero tampoco se exhibe. La exposición en Internet es el activismo particular de Marta. "Sé que tenemos libertad gracias a la lucha de los mayores. Pero yo soy diferente. No he tenido esa amargura. Vivo con alegría. Eso también es activismo".
Araceli Cuevas y Esther Martínez conocen sus derechos y los ejercen. A sus 26 años, llevan tres casadas. No fue un impulso. Llevaban 10 años de noviazgo. Cuevas y Martínez practican "activismo de hecho". No creen que declararse lesbianas sea parte de su intimidad. "Decir en el trabajo que vas con tu mujer a una casa rural es activismo puro y duro. Intimidad sería contar qué hacemos en la cama". Esther y Araceli también pasaron su "calvario". Cuando supieron lo suyo, sus padres las llevaron al psicólogo "a ver quién estaba equivocado". "Yo te he parido y sé lo que sientes", le dijo a Esther su madre. "Se le pasó cuando me preguntó si yo lo sentía como una putada de la vida y le respondí que soy más feliz de lo que nunca imaginé. Ahí se acabó el drama".
"Hay que entenderlos. Para ellos es un marrón, es un trauma decir a todos que tu hijo es homosexual. Cuando tú sales del armario, les metes a ellos", confirma Rocío. "En sus expectativas no entra que su hijo sea gay. Creen que no tendrán nietos, que su árbol genealógico se seca, pero como te quieren, lo acaban aceptando", zanja Araceli.
Gritos, lágrimas y, al final, un abrazo. Muchos describen así el momento en que confiesan a sus padres su homosexualidad. Duele, pero compensa, dicen. Ese abrazo significa: 'Eres diferente, pero te integramos'. Los padres saben que o les aceptan o les pierden".
Omar Hossain no olvida el achuchón de su padre en la hora de la verdad. Iban en coche. "No dijo nada. Salió en una gasolinera y al volver me abrazó. Él es musulmán. Me dijo que mi vida era mía. Hasta hoy", dice Omar, de 23 años. Sólo lamenta el tiempo perdido. "Salí tarde y no pierdo un minuto. Tengo derecho a disfrutar de mi sexualidad".
Silvia y Neus Sanchis son artistas y tienen 23 años.. Aún. Planean casarse. Tener hijos: "Uno cada una". Silvia y Neus son novias desde los 16. Sobrevivieron al aquí huele a tortilla del instituto. Confesaron su amor a sus padres: "En pareja es más fácil: una apoya a la otra". Recibieron el correspondiente abrazo. Y pusieron tierra de por medio.
“ Hizo falta irse para poder volver". Están de nuevo en casa. "Nos fuimos huyendo y volvimos para pagarles la huida a nuestros padres", dice Neus. "Se lo debíamos", confirma Silvia. "Si no, el muerto siempre estaría aquí. Ya lo hemos llorado juntos y estamos en paz".
Su cuarto está lleno de autorretratos. Una bella durmiente Silvia recibe el beso de la princesa Neus. Las dos en la cama, hechas un ovillo de piernas y brazos. Su obra completa está en Internet (silviayneus.com). No hay que salir para ver a esta pareja visible.

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